
Esta villa me albergó durante meses en los que aprendí a valorar el silencio, y a querer las cosas simples que se nos presentan durante nuestra vida, y a entender que con poco, se puede hacer mucho y a vivir tranquilo.
En Puerto Edén, también, conocí lo que son necesidades reales, y no tonteras como disponer de televisión por cable o poder o no poder ir a ver un evento musical o apreciar la úlrima película de estreno.
En Edén, además, aprecié el valor de una conversación, y lo importamte que es dedicar unos minutos a escuchar. Lamentablemente a veces se me olvida esto, y dejo de hacerlo.
En este lugar viví durante casi dos años junto a gente que hasta el día de hoy recuerdo, y que se quedaron grabados para siempre en mi memoria.

Entre ellos, no puedo dejar de mencionar a Jorge (quien hizo la colaboración de las fotos aquí publicadas, y que debe haberlas pirateado de no sé qué lugar), Álvaro, Claudio y Johanna, con quienes viví y trabajé, así como a las mascotas que estuvieron con nosotros en ese lugar: a Gasparín (que en paz descanse), Gordito y Lady Gordi: mi recuerdo está con ustedes.
También, a la pila de personas de la isla, que por razones de espacio, no las voy a poner aquí, pero para los que lean este sitio, vaya un fuerte abrazo a la distancia.
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