Un vistazo al pasado puede sugerir algunas cosas acerca de Marco Enríquez-Ominami.
A comienzos de los cincuenta, los radicales llevaban más de una década, la inflación galopaba, y la idea de que al Estado lo manejaban rapaces y ganapanes y que los partidos estaban desvencijados prendió como un incendio. Entonces, Ibáñez tomó la escoba y dijo lo que la gente quería escuchar: fustigó a los políticos (él lo era, por supuesto, pero se cuidaba de ocultarlo) y prometió una limpieza a fondo.
La renovación -el sueño de comenzar de nuevo en los brazos de un líder que se decía incorrupto- atrajo a electores de izquierda y de derecha, ex socialistas, radicales, nazis.
Ibáñez ganó.
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