Rumores que se propagan, murmullos convertidos en notas oficiales y periódicos que cuentan –varias semanas después- lo que ya sabe todo el país. Hemos pasado del racionamiento informativo a un verdadero “destape” que fluye en paralelo a la censura de los medios oficiales. Nuestra glasnost no ha sido impulsada desde las oficinas y los ministerios, sino que ha surgido en los teléfonos móviles, con las cámaras digitales y las memorias extraíbles. El mismo mercado negro que nos ha abastecido de leche en polvo o detergente, ahora ofrece conexiones ilegales a Internet y programas televisivos que llegan a través de las prohibidas antenas parabólicas.
De esa manera hemos sabido de los sucesos ocurridos en Venezuela durante la pasada semana. Mi propio celular ha estado casi al borde del colapso de tantos mensajes contándome sobre las protestas estudiantiles y el cierre de varios canales. Copia de estos breves titulares los he reenviado a toda mi agenda de contactos, en una red que remeda la transmisión viral: yo contagio a varios y ellos a su vez inoculan el vacilo bacilo de la información a un centenar. No hay manera de parar esta forma de difundir noticias, pues no usa una estructura fija sino que muta y se adapta ante cada circunstancia. Es anti hegemónica, aunque la palabrita adquiere connotaciones diferentes en el caso cubano, donde la hegemonía la tienen Granma, la Mesa Redonda y el DOR*.